Palabras

para recordar

Roxane Bravo Rivera

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Amor a destiempo

Por aquellos días de José María,
la vida les ofrendaba tiempo para soñar
y tantas alegrías por vivir.

Eran dos almas
nacidas a destiempo,
otoñal su octubre
y primaveral el suyo,
separados por cinco lustros
y aún sabiendo,
que juntos no encontrarían ese final,
unieron sus almas a un mismo destino.

La enamoró su andar por la campiña,
entre vainas y piñones
bajo cedros y algarrobas
recogiendo orégano y tomillo,
respirando campos de lavanda,
amenizado por sus sabias palabras.

Caminando junto a él,
dio nombre a cada pájaro y a su canto,
y no conoció la tristeza de una mañana.

Cuánta armonía reinaba en él
entre la vida de los montes
y la sabiduría de sus libros.

Mas apenas ayer,
vino su final a encontrarle
y de su lado alejarle.

Ya su alma se cuenta entre los hados
en ese eterno más allá para todos.

Se fue sin conocer la alegoría
de la Encina y el Tilo,
que les hubiera unido para siempre
entre cedros y algarrobas,
campos de lavanda,
paraíso para los amantes como ellos
nacidos a destiempo.

Abuelita querida

Y porque no hay edad para la ternura.

Entre esas calles desiertas,
detrás de ese desvencijado portón
y un florido jardín de hortensias,
vivía mi abuelita.

Mi visita emocionaba su mirada
a esa hora de la tarde,
en que el día se agosta
y se lleva a esconder la luz,
allá lejos donde se pierde la mirada.

Con qué cariño me ofrecía un tecito
sentada a mi lado en la mesa,
iba yo enhebrando pensamientos,
hablándole de mis eternas aventuras
alejando así sus esperanzas
de verme casada con hijos
algún día.

Todavía conservo el recuerdo
del sabor a canela de su té,
preparado con tanto mimo
en su añosa tetera.

Mi sola presencia la regocijaba
en esas horas aturdidas de la tarde.

Tenía la pequeñez de una muñeca,
y destellos de bondad
en su mirada.
Trasunto fiel de un ángel
que los años le dieron,
sus alas de santa.

Dios mío, ¿cómo ha pasado el tiempo desde entonces?
no sabría precisarlo,
me falla la memoria
porque al recordarla
siento que nunca se ha ido
que siempre ha estado conmigo.

Seguramente son sus alas,
las que todavía me acarician
cuando me tiembla el alma.

Un viejo sueño

Tuve sueños en mi vida,
¡que yo no sé!

Quizá, demasiado fantásticos para ver la luz.
Tuve sueños en mi vida,
¡que yo no sé!

Tal vez mi devoción por la naturaleza,
mi insaciable necesidad de aprender,
de viajar, de ver mundo,
sin tiempo de parar.
Cierto es que para el hombre
esta limitación no es tal.

Más siempre un viejo sueño vuelve,
aunque caduco,
para una mujer,
siempre vuelve.

Cuando ya casi lo olvidaba,
o más bien mi plazo expiraba,
soñé con un hijo.
Al límite de lo permitido,
y la naturaleza dijo – no –
ya es tarde, ya no se puede.

A muchas, la naturaleza no os avisa
y queda para siempre dentro de una
ese lamento del alma…
esa espinita clavada en lo más hondo.

O la interrogante mas frecuente es:
Y si?? Y si hubiese?? ¿Tal vez…???
Preguntas sin respuesta.

Finalmente cumplí mi sueño
a mis cuarenta años
llegó una niña maravillosa.
Es una gran verdad,
que la esperanza nunca se ha de perder.