De espíritu indomable /fiel a su verdad/ despertando adoración/ allá adonde va.De la mano siempre, de la honestidad/ sangre celeste/ sangre de raza/ corre por tus venas.
Se distingue entre todas/ sin lugar a dudas/ hasta mujer bandera/ la llamaron algunas.
A cada paso, deja su estela/ sin mirar atrás/ día a día/ pasando página/ y con suerte olvidando/ al ángel negro/ que en su día/ su inocencia mató.
Hoy, aunque algo opaca su mirada/ aún irradia luz.
Tal vez su exquisita presencia/ nos la arrebate/ un aire sutil/ algún día.
Por aquellos días de José María, la vida les ofrendaba tiempo para soñar y tantas alegrías por vivir.
Eran dos almas nacidas a destiempo, otoñal su octubre y primaveral el suyo, separados por cinco lustros y aún sabiendo, que juntos no encontrarían ese final, unieron sus almas a un mismo destino.
La enamoró su andar por la campiña, entre vainas y piñones bajo cedros y algarrobas recogiendo orégano y tomillo, respirando campos de lavanda, amenizado por sus sabias palabras.
Caminando junto a él, dio nombre a cada pájaro y a su canto, y no conoció la tristeza de una mañana.
Cuánta armonía reinaba en él entre la vida de los montes y la sabiduría de sus libros.
Mas apenas ayer, vino su final a encontrarle y de su lado alejarle.
Ya su alma se cuenta entre los hados en ese eterno más allá para todos.
Se fue sin conocer la alegoría de la Encina y el Tilo, que les hubiera unido para siempre entre cedros y algarrobas, campos de lavanda, paraíso para los amantes como ellos nacidos a destiempo.
Era y fui ayer hermosa era y fuí ayer una tentación era y fui ayer un gran sueño.
De mi se aventará el aliento, de mi se irán mis pensamientos, sin voz dejaré mi alma, ido el rastro de mi mirada, solo esta hilera de versos, pervivirán. Porque dos veces morimos, agónico es el estrago final.
Envejeciendo en la penumbra, llega el primer zarpazo y una fosca noche, la postrera estocada.
Arribaré sin vida y sin nombre, envuelta entre nubes de muselina, arrullada por el susurro, de la amante eternidad.