Palabras

para recordar

Roxane Bravo Rivera

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Las dos hermanas

Llegó la mañana, despuntó la luz y no la encontró.  
¿Acaso se habría marchado otra vez?
No sería de extrañar, ella acostumbraba a viajar,
iba y volvía, una y otra vez.
No conseguía quedarse por mucho tiempo,
necesitaba regresar, regresar allá lejos,
a ese viejo mundo al que pertenecía por adopción.

Eran dos hermanas, muy unidas
mientras compartieron sueños y romances propios de juventud.
A esa edad en que las hormonas cambian y separan caminos,
a ellas tambien les apartó.

 La menor, eligió seguir la senda tradicional, la del primer amor,
vestida de blanco, altiva hacia el altar, con sus dorados cabellos,
enmarañados de sueños inimaginables para el resto de los mortales.

Mientras que la mayor, se fue a volar lejos, tan lejos se marchó,
 que hasta su propia lengua dejó de hablar.

Y así fue como las dos hermanas hicieron sus vidas por separado
en distintos atlas, compartiendo mil mundos dentro del mismo universo.

Se reencontraban,
cada vez que la eterna viajera bajaba las escaleras del avión,
cargando amor y regalos,
y un sin fin de fiestas y festejos en su honor comenzaban,
dejando una fastuosa estela de confetti a su partida.

Durante su visita las hermanas ponían sus vidas al dia,
se empalagaban de cariño para todo el año.
Mas siempre la hora de separarse llegaba
y siempre en otro avión, la mayor volando se marchaba.

Mas el tiempo pasó y los años también
ambas ya peinando canas,
aunque había que reconocerles su
especial estilo y elegancias intanto.
Como curiosa coincidencia del destino,
las dos ya eran viudas y pensionadas.

Paradojicamente la historia de estas dos hermanas,
que comenzaron sus vidas jugando juntas
a las casitas y a las muñecas,
juntas emprenderían esta, por unica vez,
muy probablemente su único y último viaje juntas,
a Italia.

Tomadas del brazo derrocharían alegría,
disfrutarían mil sabores
añorados por sus paladares,
gozarían sus oídos con las
alegres cantinelas italianas,
fotografiadas hasta la saciedad,
destilando gozo, sorpresa.
Nostalgia por los que ya no están… en fin,
algo para nunca olvidar.

Ahora, hagamos un brindis,
¡salud! y hasta el otro lado.

La viejita del tarot

Tentada por una buena amiga mía,
iríamos a vernos las cartas
con una afamada vieja tarotista.

Salía por esos días con un buen chico
de prometedor futuro
y también alegraba mis días,
un maravilloso amigo mayor extranjero.

Aclaro por tanto,
el cuadro que me rodeaba
en ese punto de mi vida.

Buscaba respuestas, como es obvio,
en las cartas del Tarot.

Fue una total sorpresa la clarividencia
de esta viejecita.
Que resultó ser todo un personaje de leyenda.

Su lectura visceral de las cartas,
a medida que las interpretaba,
me iba dejando más y más estupefacta
y no daba crédito a cuanto estaba oyendo.

Lo primero que me chocó,
fue aquello de que esa relación
frivolina que yo ahora mantenía,
con ese hombre mayor extranjero,
estaría ligada a mi vida,
por muchos muchos años.

La cosa es que,
junto a este hombre extranjero,
quien además estaba legalmente casado,
se me auguraba toda una vida
muy azarosa.

En el plazo de 6 meses,
me hallaría yo muy muy lejos de allí,
en otro mundo, en otro continente
y hablando otro idioma.

Todo, en su conjunto,
más parecia la alucinación propia
de una señora mayor y nada más.

Si entonces no tenía ni un céntimo,
ni menos para volar a otro continente.
dónde iba a ir yo, ¡pobre de mi!

Y tal como ella lo predijo en su día:
a los seis meses estaba yo
tomando un vuelo que me llevaría a Londrés.
a otro mundo, a otro continente, otro idioma,
tal cual.

Para que luego no se diga
que todo esto de la quiromancia
es propio de charlatanes.

Hace cosa de un año o así,
volví a recordar a esta viejecita y su presagio,
cuando volvieron a resonar sus palabras dentro de mi,
vaticinando que yo
sería una viuda joven.

La escondida senda

Pareciera que hacía tanto tiempo
desde que había comenzado a adentrarse
en el espeso bosque de la vejez
y estaba en aquella fase en que todo se sentía extraño,
oscuro y desangelado.

Y aunque sabido es que este viaje se ha de emprender en soledad,
él no dejaba de clamar compañía.

Poco a poco y a medida que avanzaba,
iba descubriendo nuevos escenarios,
nuevos temores salían a su encuentro,
nuevas limitaciones cortaban su paso.
Enfrentándose cada día a un nuevo desafío,
y preguntándose siempre si así sería,
o no, su postrero tramo final.

Hoy, prisionero su corazón de tantos sentimientos encontrados,
a medida que se internaba más y más en la espesura de su vejez
se iba sorprendiendo a si mismo de su lúcida
aceptación ante lo irreversible.

Su instinto ya le decía que una vez llegado
a esa edad, casi todas sus posesiones
le serían indiferentes
y que nunca más volvería a ver la vida
de la misma manera.

Puesto que, tanto la óptica
como el alma de aquel que envejece,
deja de ser lo que es hasta ese momento –
apartándose de lo insustancial para siempre -.

En ese encaminarse hacia la escondida senda
y sin él pretender ser uno de esos pocos sabios
que en el mundo han sido…
buscó a través de la intuición,
adivinar, presentir, avistar la senda
que le llevara hasta alcanzar el mejor
final de fiesta del resto de su vida.

Y a partir de aquí y desde ahora,
se preparaba para sobrellevar su vejez,
en ese mundo unico y todavía por nadie descrito,
que solo los ojos de un anciano pueden llegar a ver.

«Una vida no es, por más que se diga, una línea recta, sino más bien tres líneas sinuosas, perdidas hasta el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que uno ha sido, lo que uno ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue»

Fdo. García de Cortazar