Debajo de esas pestañas
sobrecargadas de rimmel,
ella oculta su soledad.
Al parecer, hubo un tiempo
en que muchas lágrimas
convIrtieron sus ojos en mirada de panda.
Ella es joven,
también es guapa,
pero que más da,
si esta tan sola.
Le acompaña su teléfono,
su portatil amigo,
bien cargado,
puede aguantarle horas y horas
de charla con lejanas latitudes.
Ella barre que barre las calles,
el único posible trabajo
para alguien de tan poquito saber.
Y para peor, en un país extraño,
donde ni siquiera se habla su lengua.
Así, y como de costumbre,
apenas coge las escobas y recipientes
cargados de artilugios de limpieza,
ella llama a ese otro ser humano
que la escucha al otro lado
y le cuenta de su inexistencial vida
en un país tan austral.
al fin del mundo.
De pronto se encuentra tarareando
una afrancesada baladita
olvidada de su niñez.
No recuerda cuando la oyó por primera vez,
ni quien la entonaba,
o si alguien la amó tanto de pequeña,
como para cantársela al dormir.
Los habitantes de la calle que ella limpia,
nada saben de su existir,
solo que de lunes a viernes viene con su escoba
y barre la calle de arriba abajo
murmurando en francés,
canturreando algo parecido a una nana.
Ahora se lo que se esconde
debajo de ese rimmel pesado de sus ojos
su corazón se ha quedado al otro lado del charco.