¿Habéis oído hablar de la escondida senda de los pocos sabios que en el mundo han sido?
¿Y de algunos seres excepcionales cuyo paso es ignorado por el resto de este mundo?
De ahí el misterio del fresno, del que apenas sabemos nada.
Mucho menos de su leyenda, como creador del primer hombre y primera mujer. Además de sus antepasados ligados al olmo.
Crece cerca de las riberas de los ríos, y entre las montañas leñosos testigos de su esplendor.
Y de qué los Vikingos los reconocían como pilares de sus nueve mundos en el Valhalla.
A la sombra de este portentoso prodigio, vengo y lo descubro en su sosegado ocaso entre azarosas primaveras.
Fieles todas las fuerzas estelares reverberan su magnificencia.
Longevo y fuerte, resiste a décadas de torridez, e implacables plagas. Capaz de dejarse doblar docilmente por las tempestades sin quebrarse jamás.
Hallándome bajo las copas de su majestuosidad llegan hasta mi legendarias hazañas de las naves hechas de su noble madera: combadas por su flexibilidad y milagrosamente impermeables, salvando tantas vidas de la muerte.
Y de talismanes esculpidos con su ilustre madera protegiendo en los mares a sus portadores.
Ni que decir del poder curativo de sus hojas, contra increíbles males.
Porque sépase que el gran Fresno es el único ejemplar encargado de conservar la vida y el equilibrio, con la suficiente flexibilidad, para que ninguna adversidad de este mundo, lo quiebre, mientras exista, en tiempos de Dios.
Hecho de materiales que aún doblegándoles vuelven a su posición original, así mi vida acabo volviendo a ser lo que era antes de tu partida.
Sanadora resultó mi naturaleza hacendosa que me llevó de vuelta a ser quien era.
Puro escapismo fue entonces para acallar los gemidos del alma con el trajín cotidiano de las viejas rutinas.
Este pasaje transitorio de mi vida se asemeja al de aquella única flor nacida extraviada entre dunas desiertas donde al poco de nacer, morirá sin que nadie en el mundo perciba su belleza.
Aunque breve y efímera su existencia despliega toda su delicada belleza en espléndidos pétalos y vive.
En su fugaz paso por esta vida, minúsculos insectos beberán de su néctar que luego en su vuelo esparcirán por doquier.
Una vez más la hermosa flor de un día habrá hecho honor a su efímero destino, una vez más habrá cumplido con su ciclo vital antes de sumergirse en el sueño profundo de las arenas.