Acompañada de un buen café, un buen cigarrillo y del hombre que estaba destinado a ser su marido, aunque no antes de salvar una barrera de obstáculos, en un momento de infidencia le confesó: «yo no habría podido salvarla, pero ella me habría hundido a mi».
Lo dijo refiriéndose a su ex mujer. Ella, su amante oculta por años, no se sentía culpable, a pesar de todo. Ni mucho menos la causante de la ruptura del matrimonio. Este ya estaba roto mucho tiempo antes de ella aparecer. Durante años él guardó las apariencias por cómodidad y conveniencia más que por nada.
Por aquellos años, aún sin ley de divorcio, la separación no era una opción.
Años más tarde, lo que a ella verdaderamente le impactó, fue comprender que su rival la sobrepasaba en 20 años de edad y pensó qué difícil debía ser para ella, ancajar ese fracaso a su edad.
Peor aún si apenas quedaba tiempo de maniobra. Y por supuesto que no es lo mismo fallar a los cuarenta, que hacerlo a los sesenta.
Han pasado los años desde entonces y hace solo unas semanas, ella se enteró del fallecimiento de la ex y recordó las últimas palabras que ésta dijera en el parque aquel dia, que coincidieron cuando él se encontraba paseando a su nena de 5 añitos.
Mirándoles con dulzura, y habiendo bajada el hacha de guerra, le dijo: «ahora entiendo todo lo que ha pasado, era lo nuestro que debía acabar para dar paso a tu hija de venir.
Esas fueron sus últimas palabras, dejando de manifiesto su gran frustración de vida de no haber podido dar hijos en su matrimonio.
En esa era azul de su vida rezumaba poesía hasta por los poros, mientras la placidez abrazaba casi todas las horas del día, se le aparece ahora la pintura cuando el sol acaricia sus tardes de ocio.
Un sogno cosi non ritorni mai più. Mas retorna a su memoria esa época tenaz por destacar, esquivando el olvido de la lírica de su vida encerrada en manuscritos.
Mas, su caligrafía no desmayaba, escribía y escribía sin caer en el desanimo, haciendo caso omiso a la indiferencia del universo.
Espantando los espantapájaros que emborronan su desvaída poesía, no se rendía, por el contrario, nuevos brios la atraían ahora hacia la pintura.
Hallábase sin saberlo, asomándose al arte del color reservado solo para unos pocos, justo antes de escorar su alma a la deriva del desaliento.
Visitando ahora esa zona íntima y profunda de ella misma, que solo Dios conoce, surge la postrera pincelada esbozando esa nada que es ahora su vida.
¿Se equivocaría su intuición? ¿Buscando ahí donde no hay nada? ¿Y qué tal, si esa nada fuera su salvación?
Vuelve a su memoria, aquella zigzagueante mariposa que en su día se posó entre sus manos para despertarla de aquella larga siesta, alejándola del acecho de los heraldos negros.