Palabras

para recordar

Roxane Bravo Rivera

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Solo para madres

Una sofocante tarde madrileña, fustigaba sin piedad con sus 40º a la sombra ese mes de julio, mientras mi cuerpo sin saber lo que le esperaba, se iba preparando para dar a luz.

Llega ese dolor, tantas veces visto en imágenes, anunciándose con leves punzadas que te alientan a creer que no será, después de todo, tan terrible como se cuenta.

Todas las que hemos sido madre sabemos que no hay dolor igual, ni semejante al que se sufre en el alumbramiento. Ni satisfacción y alegría comparables al momento de abrazar ese pequeño milagro de vida que somos capaces de concebir.

Tuve en todo momento la sensación de vivir la manifestación divina sobre mi frágil humanidad,  el supremo poder de la naturaleza ejercida en la hembra que se quiebra, que gime de dolor, desgarrándose la garganta para ahogar sus gritos. Como jabata aguantando el suplicio que parte en dos y martiriza las entrañas.

Sin embargo, todo pasa tan rápido, a pesar de que sean eternas las horas hasta tener a nuestro bebe en los brazos. Es entonces, que la más absoluta felicidad y plenitud nos embarga y borra para siempre de nuestra memoria, cada minuto de tormento para traer un hijo al mundo.

Recordé bien a mi madre decir en más de una ocasión, que apenas me tuvo en sus brazos, se olvidó de todo lo demás y solo quiso abrazarme y contemplarme. Con mi diminuta existencia, le bastaba.

Sagrado invisible

Leía hace unos días por ahí,
que la presencia de lo invisible
es la mirada de lo sagrado.

Aunque el sentido poético de lo sagrado
se haya perdido un poco por la falta de fe
e incredulidad en los milagros en nuestra era,
sigue teniendo un sentido especial para los seres
más píos y espirituales.

En esa creencia de lo invisible,
hay una intuición de algo que está más allá.
Se intuye una presencia de lo impalpable,
de lo inescrutable.

Un espacio sensorial, sin voces, de silencio,
respirando el aire de las mariposas.
Donde solo existen las emociones, las lágrimas,
los sentimientos
y si Dios existe,
ciertamente ahi esta.

Un hombre común
de fe escondida,
se encuentra con Dios en ese universo místico
y percibe su presencia en ese sutil silencio en el aire,
palpando el vacío,
la nada misma,
donde solo hay sitio para su espíritu.

¿De veras hay algo en ese mundo invisible?
Son muchos los que han estado ahí,
y los que han estado,
sienten que este mundo 3D nuestro
es del todo irreal,
como de cartón piedra.

¿Acaso alguien puede negar los pensamientos?
¿las emociones? ¿la soledad o el silencio?,
solo porque estos no se puedan
ver, ni tocar, ni medir, ni pesar?

Vocatus atque non vocatus deus aderit.

Siempre ahora

Se precipitaba al borde de sus mejores años,
también podría tratarse de un repentino bajón – pensó.
Pero no, esta vez no, era diferente. 
Algunos recientes reveses la habían desmoralizado.

Aunque no creía que se tratara de una depresión,
lo cierto era que los grises
se habían apoderado de casi todas sus horas del día. 

Largas horas de atonía, un continuo
clamor por la intensidad  de su vida anterior.

Acostumbrarse a lo bueno es tan fácil, se decía –
ni siquiera hace falta preparación. 
No así para encajar lo malo y asumir el sufrimiento,
eso ya es otra historia.  

Al cabo de unos días de su crisis y de tocar fondo,
abrió los ojos una mañana
y una fuerza revitalizadora se despertó con ella. 
Empezó a sentirse llena de vida otra vez
y resucitó su alma adormecida por tanto tiempo.

Se sentía tan viva de nuevo,
deseosa de plasmar otra vez
aquellas locas ideas que  pasaban por su cabeza. 

Nuevamente sus dedos bailaban sobre el mágico teclado.
  Al tiempo que su mente iba recopilando
de su cava baja tantas y tantas historias por contar.   

Así fue como dejó de lamentarse por todo lo que no tenía
y pasó a disfrutar de todo lo que si tenía. 

Y de repente se hizo con el control de su mente,
dejando de columpiarse al ritmo de su ego:
del pasado al futuro, del futuro al pasado,
y así hasta el cansancio.

De aquí en adelante,
siempre ahora.