¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido,
y sigue la escondida senda
por donde han ido
los pocos sabios
que en el mundo han sido!
He leído por ahí, que Fray Luis se refería
con el «sendero» al conocimiento intuitivo de Dios,
el camino de la sabiduría divina,
allí donde nada de lo que sucede en el mundo
puede afectarnos.
Vuelvo al mismo banco donde ayer en vilo dejé mi vida, a causa del tempestuoso viento y de un frío de la madona. Mi pecho que ya debería hospedar la quietud, de pronto, se viene arriba echándole valor al despiadado frío.
Las ramas sobre mi cabeza enredaban caóticamente mis cabellos a su antojo. Silban los enojos de Dios contra mi rostro, iban y volvían azotando todo a su paso.
Ni siquiera un perro huérfano busca mi compañía, hasta ellos tienen a sus amos. La ventisca y una lluvia de hojas por el aire, finalmente me vencieron y me volví a casa.
Basta de fustigación divina por hoy, solo el calor de una buena calefacción me esperaba detrás de la puerta.
He ahí mi drama, solo la naturaleza se me enfrenta, me encara con toda su furia. No me abraza, ni me besa, ni me acoge, en cambio, me empuja fuera, me ahuyenta, me espanta.
Es casi despiadada echándome a la cara mi soledad.
Quisiera describir pero no se cómo, aquella belleza que se adivina lejos sobre el horizonte. Cierro los ojos intentando descubrir que se esconde detrás de esas montañas, detrás de ese sol que se va yendo, quién sabe dónde.
Sería maravilloso revivir una vez más nuestros momentos más gloriosos, y evocar esos lugares sagrados donde agradecí haberte encontrado.
Aún sabiendo que los planes del hombre son la risa de los dioses, hicimos planes de querernos hasta la muerte.
Tu y yo, nacidos con un cuarto de siglo de diferencia, estábamos destinados a amarnos a destiempo. Y sin embargo, nos aferramos el uno al otro, como la hiedra al muro.
Ahora se lo que entonces no sabía, lo que nuestros ilusos pasos auguraban, que juntos no conoceríamos el final.
Aunque a tu lado, siempre el camino fue algo escarpado, nunca temí caer. Me levantaría como siempre de la cuerda floja de nuestros sueños.
Hermoso sería hoy revivir a tu lado, el mismo épico entusiasmo que nos mantuvo unidos a lo largo de tantos años.
Todos mis sueños inmortales entonces eran, ahora se que mientras iba yo viviendo, ellos iban muriendo.
En este mismo instante, dejo que mi corazón escriba, piense y sienta estos sentimientos míos que hablarán de mi después de mi.
Ya en los médanos de mi conciencia, sospecho que el final me espera tras ese horizonte, bien al fondo de ese cielo arrebolado donde el sol se va yendo, quién sabe donde.