Palabras

para recordar

Roxane Bravo Rivera

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Un poco de compañía

¿Por qué no ayer?
me diste la espalda.
¿Por qué no hoy?
ni mi nombre llamaste.
¿Por qué no fue?
un ligero saludo.
Fue ayer,
era yo,
no era la misma
pero era yo.
Ni me miraste siquiera,
me extendiste tus manos
abiertas, vacías.
¿Esperabas, qué esperabas?
parecías una mendiga,
pedigueños tus ojos,
ni siquiera sabías,
qué necesitabas?, qué te hacía falta?
una limosna tal vez?,
un gesto de amor,
sería un poco de compañía,
solo un poco de compañía.
¡Dios mío!, que poco para ser feliz…



Una mala nube

Y la mala nube llegó.  
Nada hacía presagiar su llegada,
estaba feliz con el arribo de su gente querida,
tantos años residiendo lejos de ella
y aunque tímido el sol que asomaba esa mañana,
solo encuentros felices auguraba.

Tan campante salió al aeropuerto vestida de luces,
a juego con su sonrisa.
 El momento de la llegada fue emocionante,
 hasta lágrimas hubo y abrazos cargados de cariño.
Ya en el coche durante el trayecto hasta casa,
se hablaban atropelladamente queriendo decirse tantas y tantas cosas.
 Aquel encuentro fue tan bonito que será difícil de olvidar.

En medio de ese clima tan familiar y entrañable de los días que vinieron,
¿acaso podría ella haber imaginado o sospechado que una mala nube se cernía sobre si?   Imposible, no había lugar para malos augurios.

Pasadas unas dos semanas desde este feliz acontecimiento,
le fue diagnosticado un cáncer linfático en grado 4.
Y a partir de ahí, todo,
absolutamente todo se desmoronó a su alrededor.

 La magia se rompió y la mala nube la alcanzó.
 
Toda su gente querida se le acercó y comenzaron a desvivirse en cariño y atenciones.
Acompañándola cada dia en esos eternos
e interminables meses de quimioterapia.

********

Pasó la mala nube
y ahora cuando ella echa la vista atrás,
seis años después,
ella, uno de los poquísimos sobrevivientes de ese tipo de cáncer,
plenamente consciente de que una fuerza divina la salvó,
suele caminar por la vida levantando la mirada al cielo
y cada vez que se recuerda de esos días de angustia,
sabe y es consciente de estar viva
por obra de un milagro.

Último reducto de alegría

Desde hacía ya un rato que iba mirando los distintos escaparates,
entrando y saliendo de las tiendas.

Hurgueteando con lupa de experto
los novísimos diseños recién llegados,
en colores de nueva temporada.
Curiosas mezclas de tejidos: sedas y terciopelos,
napas y lanas.
Encajes, algodón y diversas texturas
con cortes cada vez mas atrevidos.

Todo eso era un mundo fascinante para ella,
quien se consideraba a sí misma
una diseñadora desaprovechada.
 Admiraba profundamente a esos creadores
de hechuras y estampados increíbles.

Incontables veces había hecho ese mismo
recorrido de arriba abajo,
y vuelta a bajar para volver a subir,
hasta dar con lo que buscaba.

Aunque no antes de probarse todas y cada una
de las prendas que la enamoraban.

También la sesión de los probadores tenía su punto divertido,
le gustaba comprobar ante el espejo,
qué tan espectaculares lucirían en ella esos modelos.
Esos que en su imaginación ya le parecían deslumbrantes.

Finalmente llegó a casa y rendida se quito los zapatos lo primero,
luego se echó  en el sofá
y disfrutó abriendo y volviendo a mirar
sus hermosas compras:
una chaqueta estilosísima
y una preciosa blusa a juego. 
Con cariño las acunó sobre su regazo
y se deleitó acariciándolas otra vez.

Esa agradable sensación pronto se desvaneció
y un triste pensamiento tomó su lugar.

Fue entonces que comprendió
la inutilidad de sus compras. 
No tenía ninguna ocasión prevista para estrenarlas,
ni siquiera alguien especial con quien lucirlas.

Tampoco se preveía próximamente ninguna reunión familiar.
Vamos, que en segundos
toda su ilusión se disipó.

Fue entonces cuando sintió todo el peso
y frustracion del vacío de su esfuerzo.
Su cuerpo tristemente se hundió en el sofá
y sin apenas darse cuenta, estaba llorando.
Grandes lagrimones rodaron por sus mejillas,
empapando su preciosa chaqueta.

Fue un triste final para su tarde de escaparates.
Había descubierto el vacío y sinsentido
de sus excursiones a las grandes tiendas.

Y lo más importante,
había descubierto como su vida se llenaba de vacío
arrebatándole ese último
reducto de alegría.