Palabras

para recordar

Roxane Bravo Rivera

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Gotitas de buena suerte

Olvidada tu prosa
duerme entre sábanas de papel
en cerrados cuadernos.

Impaciente la estrofa
apresada entre tus labios,
aleteando entre mariposas
deseosas de volar.

Suplicas bajo la lluvia,
por unas gotitas de buena suerte.

Alzas la mirada
dejando el gesto menguante
ante la promesa de ese cielo
que te ignora,
que hacia ti no quiere mirar.

Hiciste tu camino
siempre de prisa,
sin avanzar al vuelo de las mariposas
madrugando la vida,
veloces las horas,
trepidante los días
mientras los meses
y los años se fugaban.

No diste al fruto tiempo de madurar.
Si tan solo hubieses sabido esperar
un poco, solo un poco más.

Antes de partir eternamente
busca aquello que no has encontrado,
eso que siempre te ha faltado
dar pausa a la vida y
preguntar al silencio.

Más tarde,
cuando ya no te quede noche,
llegará la aurora
trayendo ese nuevo amanecer,
para quienes
buscaron y buscaron
ese algo que no se compraba con dinero.

Gato de chalet

Tras varios años dilatando su vuelta a casa
finalmente llegó el día del regreso.

Tomaría su tiempo olvidarse de
subir y bajar aviones, trenes y barcos en su vida,
hasta su último viaje, supongo.

Ahora, toca rebuscar en sus raíces
de aquel viejo barrio donde todo empezó,
aquello que siente que todavía le falta
para cerrar el círculo.

Disimuló esa bienvenida que sintió,
como una sentencia de arresto domiciliario,
con orden de alejamiento de la buena vida
que había llevado hasta entonces.

Esto es algo duro de encajar para alguien
que llevaba más de media vida,
inmersa en la vorágine de las grandes metrópolis;
entre gentes existiendo intensamente
en el interior del mundo.

Ya de vuelta en casa
debería preocuparse de
encontrar uno o varios «para qués«
salir de la cama cada mañana.

Al cabo de las semanas
y una vez sacudida la nostalgia
que llevaba como segunda piel encima,
fue acomodándose a su nueva rutina,
a gozar de su gente, de su hogar,
de su coche, de las comodidades propias de su
mundito aldeano, en fin,
a disfrutar de todo ese bienestar gratuito
que la vida le brindaba.

Sin duda era lo más parecido a la buena vida
de un gato de chalet – pensó –
abúlica y apacible.

Comparativamente hablando,
su día a día se parecía mucho a la
cómoda vida de un gato de chalet,
solo que la suya se correspondería más,
con la de una tigresa enjaulada.

Mas pronto que tarde,
se enterará esta tigresa enjaulada,
de que ya no necesita
subir y bajar aviones, trenes y barcos.
para que su conciencia
pueda seguir su viaje.

Gin-tonic o brandy

¿Adónde me lleva cantar las épicas del ayer
desdeñando al vivito y coleando del hoy?

La sempiterna lucha por mantenernos
en el aquí y ahora.
Vivir la fugacidad del segundo,
huyendo del retozar en el ayer.

Y ¿por qué será que el «hoy»
no nos atrapa como el «ayer»?

Tal vez la respuesta sea muy simple:
porque el hoy es joven
y no tiene nada que contarnos.
Mientras que el ayer
es viejo y sabio
y guarda toda nuestra historia
e infinitas anécdotas para recordar.

Aunque resulte paradójico,
para áquel que más años tiene por delante,
inevitablemente siente que el tiempo se le escapa,
cuando lo suyo apenas empieza.

No nos engañemos,
es deliciosa la tentación de caer en el ayer
porque en éste se guardan
nuestros más esquivos minutos de felicidad,
la fugacidad de esos años que nos vieron pasar
y ahora nos recuerdan cómo éramos.

¡Qué demonios!
bebamos juntos por el ayer
tu y yo, mi joven amigo,
un buen gin-tonic de un trago
y un contemplado brandy, para los más viejos.