Yo te sigo

Caminando por la calle
distraídamente hace unos días,
volvieron a mi memoria esas palabras:
< yo te sigo, yo te sigo guapita>

Me las decía mi marido,
ya ancianito para mi,
siguiendo mis pasos ágiles y más jóvenes,
incapaces de seguir mi ritmo
y yo, incapaz de adaptarme al suyo.

Nunca nunca, durante todo ese tiempo,
que se prolongó por algo más de dos años,
entendí con el corazón sus palabras,
sus disculpas,
por no conseguir alcanzarme.

Hoy, hace unos días atrás,
me volvieron sus palabras
y de solo recordarlas, me hicieron llorar.
Recordé mi insensibilidad.
Era yo quien debía aminorar el paso,
era yo quien debía unirme a él,
era yo quien debía acercarme,
era yo quien debía cogerle del brazo
y caminar a su lado
y no al revés.

Lloré porque no supe comprender,
que era él, quien no podía alcanzar mis pasos,
lloré porque no entendí
cómo él se había sentido.

Hacía tantos años atrás
que habíamos comenzado a caminar juntos por la vida,
que ni siquiera lo presentí,
cuando ese momento llegó,
en que él se me hizo viejo
y yo demasiado joven para él.

Y tal vez, solo aquel día,
en que mi caminar también se haga más lento,
si es que llego a ese estadio,
será mi hija a quien yo siga
y me escuche decirle:
< yo te sigo, yo te sigo… >,
y solo en ese momento comprenderá
lo que entonces yo no comprendí.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *