Y se casó con otra (2)

Ya en Buenos Aires, relajada y desempacada,
comienza de a poco a despercudirse de su
aburrido estilo de secretaria de oficina.

Y como en las películas, de lo primero que ella
se ocupa es de cambiar su aspecto.
Fue un cambio radical:
de pelo, de corte, de color, de ropas,
para cuando terminó, ni ella misma se reconocía.

Lo primerísimo fue, hacerse unas deslumbrantes
mechas doradas y un corte a lo Farah Fawcett.
Luego se compró unas bellas sandalias romanas,
doradas atadas a los tobillos.
A juego con unos encantadores blusones hindues,
con hombros descubiertos, vaporosos y sexies.

La sola estela de miradas que iba dejando a su paso
por las calles de Buenos Aires, le dieron la respuesta.
Estaba lista para seguir adelante.

Desde su hotel se apuntó a cuanto tour
le pareció interesante y además
excursiones nocturnas en grupo, etc.

Así fue como visitó cuanto lugar de interés
sugería esa hermosa ciudad
y su golosa gastronomía tan italiana,
y disfrutando de ese típico hablar porteño.

Sin olvidar la típica noche de Tanguería,
un espectáculo para el recuerdo.
De esos viejos tangos y sus memorables letras
de toda la vida canturreadas por el mundo entero.

De su playa Mar del Plata
solo un vago recuerdo,
de arenas vacías y un mar sin olas.
Demasiado solitario
para su momento.

Con las ojeras por los suelos pero feliz,
saliste al día siguiente a coger el proximo vuelo
con destino a Montevideo.

Ciudad en miniatura, recogida y entrañable,
llena de rincones acogedores y cálidos
como estando en casa.
Todo familiar y cercano.

Se respira un buen gusto exquisito,
entre poca gente y ambientes íntimos.

País idílico para dos.
Eché de menos una pareja.

Recordaré siempre mi última noche
frente al mar en Punta del Este,
ante una mesa servida entre velas y flores,
un buen vino y una deliciosa langosta.
Y al fondo, una luna bien redonda
bañándose en el mar.

Y como final de fiesta, Brasil.
Un calor de horrores me dió la bienvenida en Guarulhos,
festival de razas y colores
y de un hablar con ritmo de bosanova.

Su gente divertida y coqueta hasta provocar la risa.
Tienen chispas en los ojos
y blancos dientes de anuncio publicitario.

En esta parte del viaje caí seducida por su música
y acabé dorándome al sol de sus playas infinitas,
y espantando a todos los moscos
que me quisieron comer.

En mis tres últimas noches en Río,
un verdadero destape para mi recatada persona.
Entre caipirinhas parloteando el portuñol,
dejando cimbrar mi cuerpo como las palmeras de Ipanema
al frenético ritmo de sus sambas,
y sin perder de vista a mi entusiasta ligue venezolano,
que llevaba acoplado a mi desde hacia 3 días.

Qué se puede decir de Brasil
que ya no se haya dicho.

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