Rendido corazón

Cuando supo que Dios y poesía eran una misma cosa,
fue lo mismo que hallar la inmortalidad en su camino
y ya nunca más la muerte le preocuparía.

Liberaba toda esa energía que bullía por dentro,
desde entonces no había dejado ni un solo día de escribir.

Una noche descansando del cansancio de un largo día de escritura,
y sintiéndose cálidamente arropada entre suaves nubes de algodón,
vino el dulce sueño a cerrar sus ojos hasta dormirla profundamente.

Sumida como estaba entre la finitud y lo eterno,
 su respiración se fue haciendo cada vez más pausada,
cada vez más breve y cada vez más lenta.

Se hizo tan pausada, tan breve y tan lenta
que ni siquiera se dio cuenta de que se moría.

Al disiparse la noche y llegar la mañana, ella no despertó,
la luz de ese nuevo día, ella ya no vio.

Su rendido corazón, se hallaba ya latiendo en lo más alto del celeste universo,
en el edén de los poetas,
el último lar de las almas intérpretes de los dioses.

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