Asomada a la ventana entornaba la mirada paseando la vista por herrumbrosos tejados entre viejas casas; de precarias construcciones de gentes que ni conocía, que ni siquiera sabía, si todavía vivían en ellas, o habían muerto ya
Sentía que esa atonía que la aquejaba, le sobrevenía de fuera hacia adentro, como si sus días se hubiesen vaciado de contenido.
Desde hacía algunos días la inquietaba el sinsentido, se preguntaba si así sería hasta el final. Y su intensa e increíble historia de vida hasta ahí llegaría sin más.
Tal vez solo fuera, su ociosa percepción del tiempo. Hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, igual que ayer y antes de ayer.
¿Se hallaría vaciada de ilusiones su vida? ¿O era efecto pasajero de su claustro fóbico encierro?
Pasaron semanas, meses sin ventilar ni respirar sus sueños. A lo mejor ella había ya muerto, y ni siquiera se había enterado.
Aunque conciencia tenía de estar matando las horas, perdiendo un tiempo precioso en esa agonía de sus tardes.
Solo sabe que de ella depende, superar ese abismo. Nadie puede rescatarla, ni siquiera ese amor que la rodea.
¿Pues qué hacer entonces? ¿Cómo devolver la ilusión del mañana? La chispa de una primera vez. O, llevar la mirada hacia donde nunca antes nadie miró.
Y qué tal, si la respuesta se hallará en ese pensamiento: «No pretendamos que las cosas cambien sin antes cambiar tu mismo»
Da pereza cambiar. ¿qué cambiar a estas alturas? Hasta para éso necesitas unas gotitas de ilusión.