La escondida senda

Pareciera que hacía tanto tiempo
desde que había comenzado a adentrarse
en el espeso bosque de la vejez
y estaba en aquella fase en que todo se sentía extraño,
oscuro y desangelado.

Y aunque sabido es que este viaje se ha de emprender en soledad,
él no dejaba de clamar compañía.

Poco a poco y a medida que avanzaba,
iba descubriendo nuevos escenarios,
nuevos temores salían a su encuentro,
nuevas limitaciones cortaban su paso.
Enfrentándose cada día a un nuevo desafío,
y preguntándose siempre si así sería,
o no, su postrero tramo final.

Hoy, prisionero su corazón de tantos sentimientos encontrados,
a medida que se internaba más y más en la espesura de su vejez
se iba sorprendiendo a si mismo de su lúcida
aceptación ante lo irreversible.

Su instinto ya le decía que una vez llegado
a esa edad, casi todas sus posesiones
le serían indiferentes
y que nunca más volvería a ver la vida
de la misma manera.

Puesto que, tanto la óptica
como el alma de aquel que envejece,
deja de ser lo que es hasta ese momento –
apartándose de lo insustancial para siempre -.

En ese encaminarse hacia la escondida senda
y sin él pretender ser uno de esos pocos sabios
que en el mundo han sido…
buscó a través de la intuición,
adivinar, presentir, avistar la senda
que le llevara hasta alcanzar el mejor
final de fiesta del resto de su vida.

Y a partir de aquí y desde ahora,
se preparaba para sobrellevar su vejez,
en ese mundo unico y todavía por nadie descrito,
que solo los ojos de un anciano pueden llegar a ver.

«Una vida no es, por más que se diga, una línea recta, sino más bien tres líneas sinuosas, perdidas hasta el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que uno ha sido, lo que uno ha creído ser, lo que ha querido ser y lo que fue»

Fdo. García de Cortazar

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