Gato de chalet

Tras varios años dilatando su vuelta a casa
finalmente llegó el día del regreso.
Tomaría su tiempo olvidarse de
subir y bajar aviones, trenes y barcos en su vida,
hasta su último viaje, supongo.
Ahora, toca rebuscar en sus raíces
de aquel viejo barrio donde todo empezó,
aquello que siente que todavía le falta
para cerrar el círculo.
Disimuló esa bienvenida que sintió,
como una sentencia de arresto domiciliario,
con orden de alejamiento de la buena vida
que había llevado hasta entonces.
Esto es algo duro de encajar para alguien
que llevaba más de media vida,
inmersa en la vorágine de las grandes metrópolis;
entre gentes existiendo intensamente
en el interior del mundo.
Ya de vuelta en casa
debería preocuparse de
encontrar uno o varios «para qués«
salir de la cama cada mañana.
Al cabo de las semanas
y una vez sacudida la nostalgia
que llevaba como segunda piel encima,
fue acomodándose a su nueva rutina,
a gozar de su gente, de su hogar,
de su coche, de las comodidades propias de su
mundito aldeano, en fin,
a disfrutar de todo ese bienestar gratuito
que la vida le brindaba.
Sin duda era lo más parecido a la buena vida
de un gato de chalet – pensó –
abúlica y apacible.
Comparativamente hablando,
su día a día se parecía mucho a la
cómoda vida de un gato de chalet,
solo que la suya se correspondería más,
con la de una tigresa enjaulada.
Mas pronto que tarde,
se enterará esta tigresa enjaulada,
de que ya no necesita
subir y bajar aviones, trenes y barcos.
para que su conciencia
pueda seguir su viaje.